Temblor De Tierra Desperto A Hato Mayor
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HATO MAYOR.- Los hatomayorenses que acostumbran acostarse temprano y despertar pasada las 6:00 de la mañana, debieron despertar de súbito, debido a un fuerte movimiento telúrico, que despertó el pueblo a las 3:30 de la madrugada.
Otra teoría asegura que los felinos perciben las pequeñas vibraciones que se producen en la tierra antes de un temblor de gran magnitud a través de las almohadillas de sus patas, pues se trata de una zona de su cuerpo sumamente sensible. Sea como sea, hay quienes afirman que efectivamente reconocen este movimiento, pero no por medio de las patas, sino de su fino oído.
Santiago. Los movimientos telúricos, que en las últimas semanas sacudieron Haití y pueblos del Cibao, han vuelto a despertar temores y a recordar la vulnerabilidad de la zona.Y es que cada vez que ocurre un temblor de tierra se disparan las alarmas, las autoridades se ponen en acción y la gente recuerda que se deben tomar precauciones. Aunque se tiene la experiencia de terremotos y desde hace muchos años se habla del a probabilidad de que ocurra un sismo de gran magnitud, muchos lo olvidan y retoman el tema solo cuando vuelven a sentir un movimiento de tierra.
La madre se marchaba tranquila, viendo asegurado el porvenir del pequeño; porque aquel hombre pródigo en violencias también lo era en generosidades. Al final no le faltaría a su hijo un pedazo de tierra y un buen hato de ovejas.
Y como un eco de las reflexiones del rústico personaje, Karl, sentado en el salón ante el piano, entonaba a media voz un himno de Beethoven. «Cantemos la alegría de la vida; cantemos la libertad. Nunca mientas y traiciones a tu semejante, aunque te ofrezcan por ello el mayor trono de la tierra.»
Pero el entusiasmo que respiraban las cartas de Alemania acabó por crear en torno de su persona un ambiente de inquietud y rebelión. Chichí fué la primera en el ataque. ¿:Por qué no iban ellos a Europa, como los otros? Todas sus amigas habían estado allá. Familias de tenderos italianos y españoles emprendían el viaje, ¡Y ella, que era hija de un francés, no había visto París!... ¡Oh, París! Los médicos que asistían a las señoras melancólicas declaraban la existencia de una enfermedad nueva y temible: «la enfermedad de París». Doña Luisa apoyaba a su hija. ¿:Por qué no había de vivir ella en Europa, lo mismo que su hermana, siendo como era más rica? Hasta Julio declaró gravemente que en el viejo mundo estudiaría con mayor aprovechamiento. América no es tierra de sabios.
Pero Julio cortaba la conversación. Había oído muchas veces la historia de su padre. ¡Ah, viejo avariento! Lo que le daba todos los meses no era mas que la renta del legado de su abuelo... Y por consejo de Argensola, se atrevió a reclamar el campo. La administración de esa tierra pensaba confiarla a Celedonio, el antiguo capataz, que era ahora un personaje en su país, y al que él llamaba irónicamente «mi tío». Desnoyers acogió su rebeldía fríamente. «Me parece justo. Ya eres mayor de edad.» Y luego de entregarle el legado, extremó su vigilancia en los gastos de la casa, evitando a doña Luisa todo manejo de dinero. En adelante, miró a su hijo como un adversario que necesitaba vencer, tratándolo durante sus rápidas apariciones en la avenida Víctor Hugo con glacial cortesía, lo mismo que a un extraño.
Una opulencia transitoria animó por algún tiempo el estudio. Julio había aumentado sus gastos, considerándose rico. Pero las cartas del tío de América disiparon estas ilusiones. Primeramente, las remesas de dinero excedieron en muy poco a la cantidad mensual que le entregaba su padre. Luego disminuyeron de un modo alarmante. Todas las calamidades de la tierra parecían haber caído juntas sobre el campo, según Celedonio. Los pastos escaseaban: unas veces era por falta de lluvia, otras por las inundaciones, y las reses perecían a centenares. Julio necesitaba mayores ingresos, y el mestizo marrullero le enviaba lo que pedía, pero como simple préstamo, reservando el cobro para cuando ajustasen cuentas. A pesar de tales auxilios, el joven Desnoyers sufría apuros. Jugaba ahora en un Círculo elegante, creyendo compensar de tal modo sus periódicas escaseces, y esto servía para que desaparecieran con mayor rapidez las cantidades recibidas de América... ¡Que un hombre como él se viese atormentado por la falta de unos miles de francos! ¿:De qué le servía tener un padre con tantos millones?
El eslavo resumía la historia de las aspiraciones humanas. El pensamiento griego había puesto el bienestar en la tierra, pero sólo para unos cuantos, para los ciudadanos de sus pequeñas democracias, para los hombres libres, dejando abandonados a su miseria los esclavos y los bárbaros, que constituían la mayor parte. El cristianismo, religión de humildes, había reconocido a todos los seres el derecho a la felicidad, pero esta felicidad la colocaba en el cielo, lejos de este mundo «valle de lágrimas». La Revolución y sus herederos los socialistas ponían la felicidad en las realidades inmediatas de la tierra, lo mismo que los antiguos, y hacían partícipes de ella a todos los hombres, lo mismo que los cristianos.
Aquí dió fin la entrevista. El guerrero le había vuelto la espalda, saliendo del dormitorio, como si desease ocultar sus emociones. A los pocos minutos sonó en el piso bajo un magnífico piano de cola que el comisario no había podido llevarse por la oposición del general. La voz de éste se elevó sobre el sonido de las cuerdas. Era una voz de barítono algo opaca, pero que comunicaba un temblor apasionado a su romanza. El viejo se sintió conmovido; no entendía las palabras, pero las lágrimas se agolparon a sus ojos. Pensó en su familia, en las desgracias y peligros que le rodeaban, en la dificultad de volver a encontrar a los suyos... Como si la música tirase de él, descendió poco a poco al piso bajo. ¡Qué artista aquel hombre altivamente burlón! ¡Qué alma la suya!... Los alemanes engañaban a primera vista con su exterior rudo y su disciplina, que les hacía cometer sin escrúpulo las mayores atrocidades. Había que vivir en intimidad con ellos para apreciarlos tales como eran.
Volvió sobre sus pasos. Gritaba ante las casas menos destrozadas; introducía su cabeza por puertas y ventanas limpias de obstáculos o con hojas de madera a medio consumir. ¿:No había quedado nadie en Villeblanche?... Columbró entre las ruinas algo que avanzaba a gatas, una especie de reptil, que se detenía en su arrastre con vacilaciones de miedo, pronto a retroceder para deslizarse en su madriguera. Súbitamente tranquilizada, la bestia se irguió. Era un hombre, un viejo. Otras larvas humanas fueron surgiendo al conjuro de sus gritos, pobres seres que habían renunciado a la verticalidad, que denuncia desde lejos, y envidiaban a los organismos inferiores su deslizamiento por el polvo, su prontitud para escurrirse en las entrañas de la tierra. Eran mujeres y niños en su mayor parte, todos sucios, negros, con el cabello enmarañado, el ardor de los apetitos bestiales en los ojos, el desaliento del animal débil en la mandíbula caída. Vivían ocultos en los escombros de sus casas. El miedo les había hecho olvidar el hambre; pero al verse libres de enemigos, reaparecían de golpe todas sus necesidades, incubadas por las horas de angustia.
Sintió don Marcelo un ligero temblor nervioso junto a una de sus piernas. Era Lacour, inquieto por la novedad. Iba a iniciarse el fuego; iba ocurrir algo que no había visto nunca. Los cañones estaban encima de sus cabezas: temblaría la bóveda como la cubierta de un buque cuando disparan sobre ella. La habitación, con sus tubos acústicos y sus vibraciones de teléfonos, era semejante al puente de un navío en el momento del zafarrancho. ¡El estrépito que iba a producirse!... Transcurrieron algunos segundos, que fueron larguísimos... De pronto, un trueno lejano que parecía venir de las nubes. Desnoyers ya no sintió la vibración nerviosa junto a su pierna. El senador se movió a impulsos de la sorpresa; su gesto parecía decir: «¿:Y esto es todo?...» Los metros de tierra que tenían sobre ellos amortiguaron las detonaciones. El tiro de una pieza gruesa equivalía a un garrotazo en un colchón. Más impresionante resultaba el gemido del proyectil sonando a gran altura, pero desplazando el aire con tal violencia, que sus ondas llegaban hasta la ventana.
Estos acuartelamientos habían sido al principio trincheras descubiertas, iguales a las de la primera línea. Al repeler al enemigo y ganar terreno, los combatientes, que llevaban en ellas todo un invierno, habían buscado instalarse con la mayor comodidad. Sobre las zanjas al aire libre habían atravesado vigas de las casas arruinadas; sobre las vigas, tablones, puertas, ventanas, y encima del maderaje varías filas de sacos de tierra. Estos sacos estaban cubiertos por una capa de humus de la que brotaban hierbas, dando al lomo de la trinchera una placidez verde y pastoril. Las bóvedas de ocasión resistían la caída de los obuses, que se enterraban en ellas sin causar grandes daños. Cuando un estallido las quebrantaba demasiado, los trogloditas salían de noche, como hormigas desveladas, recomponiendo ágilmente el «tejado» de su vivienda.
Algunos de ellos, los más ilustrados y temibles, ostentaban en el rostro las teatrales cicatrices de los duelos universitarios. Eran soldados que llevaban libros en la mochila y después del fusilamiento de un lote de campesinos o del saqueo de una aldea se dedicaban a leer poetas y filósofos al resplandor de los incendios. Hinchados de ciencia, con la hinchazón del sapo, orgullosos de su intelectualidad pedantesca y suficiente, habían heredado la dialéctica pesada y tortuosa de los antiguos teólogos. Hijos del sofisma y nietos de la mentira, se consideraban capaces de probar los mayores absurdos con las cabriolas mentales a que les tenía acostumbrados su acrobatismo intelectual. El método favorito de la tesis, la antítesis y la síntesis lo empleaban para demostrar que Alemania debía ser señora del mundo; que Bélgica era la culpable de su ruina por haberse defendido; que la felicidad consiste en vivir todos los humanos regimentados a la prusiana, sin que se pierda ningún esfuerzo; que el supremo ideal de la existencia consiste en el establo limpio y el pesebre lleno; que la libertad y la justicia no representan mas que ilusiones del romanticismo revolucionario francés; que todo hecho consumado resulta santo desde el momento que triunfa, y el derecho es simplemente un derivado de la fuerza. Estos intelectuales con fusil se consideraban los paladines de una cruzada civilizadora. Querían que triunfase definitivamente el hombre rubio sobre el moreno; deseaban esclavizar al despreciable hombre del Sur, consiguiendo para siempre que el mundo fuese dirigido por los germanos, «la sal de la tierra», «la aristocracia de la humanidad». Todo lo que en la Historia valía algo era alemán. Los antiguos griegos habían sido de origen germánico; alemanes también los grandes artistas del Renacimiento italiano. Los hombres del Mediterráneo, con la maldad propia de su origen, habían falsificado la Historia. 2b1af7f3a8